¿Por qué tenemos tanto miedo a equivocarnos?
Cuentan que en EEUU valoran positivamente los errores en el curriculum de los ejecutivos. Algún que otro error, cometido en la trayectoria profesional demuestra que han tenido valor e iniciativa, y se comprende que, por simple estadística, no todo lo que uno se propone le va a salir bien.
En cambio, y esto lo he vivido personalmente durante los más de cuarenta años de vida profesional, hay muchísimos ejecutivos que parece que el único objetivo de su plan estratégico particular sea el de conservar la poltrona, y para ello utilizan la manera más efectiva para no equivocarse, que consiste en no emprender nada. Utilizan el refranero en aquello de que: quien tiene boca se equivoca o que en boca cerrada no entran moscas.
Siento pena por los estudiantes, porque son los primeros a quien les toca asimilar este tipo de comportamiento, del cual discrepo.
¿Por qué en los exámenes tipo test las respuestas equivocadas deben restar? ¿Esto es enseñar a nuestros jóvenes a ser emprendedores, a arriesgar o más bien todo lo contrario? Nunca arriesgues nada, de lo contrario tienes el castigo asegurado.
Alguien me dirá que esto es para hacer justicia, para evitar que los listillos aprueben por pura casualidad. Bien, acepto esta posibilidad, pero que nadie se rasgue las vestiduras, porque en este caso, si alguien actúa así, probablemente no llegara a científico, pero también probablemente estemos frente a un brillante proyecto de habilidoso político, que también son necesarios. Los habilidosos claro.
Todo esto no es nuevo ni viejo, simplemente es, pues como ejemplo la lección práctica que recibí en mi primer día de trabajo, hace cerca de cincuenta años. Me la proporcionó la lectura de un cartel en el despacho del jefe de taller: “No lo diga, escríbalo y mantenga la espalda contra el muro” (la versión original contenía un pareado). Vamos, como para intentar emprender algo.
Y para acabar, una pequeña enseñanza. Un hombre muy devoto que se quedó sin trabajo y se le acababa el subsidio del paro, acudía cada día a la iglesia a rezar a Dios para que le concediera un premio a la lotería, pues era el único sistema factible que intuía el hombre para salir de su penuria económica.
Llevaba casi un mes fiel en sus oraciones, cuando un día de pronto, oyó una voz retumbar en el templo vacío. Era el Señor. Veo que tienes mucha fe en mí – le dijo - sé eres buena persona y con muy buenas intenciones, por ello desde el primer día que acudiste a mí te concedí tu deseo de obtener un suculento premio en la lotería, pero por favor, COMPRA UN NÚMERO DE UNA VEZ. ¡Actúa, emprende! ¡Haz algo más que rezar y no temas equivocarte, Dios está contigo!
Y ahora, si tienes oportunidad, cierra los ojos unos treinta segundos y
piensa brevemente en esta pequeña decisión que no acabas de tomar. Medítala
nuevamente, consúltala con algún abogado del diablo, que no te será difícil
encontrar, y si crees en ti y en la idea: ¡ADELANTE EMPRENDEDOR, el triunfo es
tuyo!
Gracias. Salud y Paz
I